Cuento sinfónico Teresa y el Oso



Para la grabación del cuento sinfónico Teresa y el Oso de Johann Sebastian
Mastropiero, Les Luthiers contrataron a 61 personas: 60 profesores de
orquesta y uno de zoología. La limitada capacidad del estudio de grabación
condicionó interesantes soluciones de espacio: un flautista delgado dentro
de una tuba, el platillista como abrazado a un fagot, una oboísta a babuchas
del timbalista, siete violines en el vestíbulo, los cuatro cornos desde sus
casas por teléfono y la arpista en el bar de enfrente, lo que obligó a
llevar su micrófono hasta allí y a pagarle un café con leche.
Salvo la princesa Teresa, que se identifica con el quinteto de cuerdas de la
sinfónica, los otros personajes de Teresa y el oso están representados por
instrumentos informales ejecutados por Les Luthiers.

En orden de aparición:

Pajarillo Amarillo: Tubófono Silicónico Cromático
Jabalí Alí:  Alt-pipe a vara
Molusco Pardusco: Gom-horn da testa
Mariposa Golosa: Dactilófono
Oso Libidinoso: Glamocot
Bruja Granuja:  Glisófono Pneumático
Tres Gansos Mansos: Kazoos
Bajos Instintos:  Bass-pipe a vara
Vaca Resaca:  Yerbomatofono d'amore


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Aquella, habría sido una tranquila mañana de otoño en el bosque, una mañana
de otoño común y corriente, si no fuera que ya eran las cuatro de la tarde y
estaban en verano.

Todos los animales habían sido citados por la princesa Teresa en un claro
del bosque para averiguar cual de ellos era su prometido, el duque Sigfrido
el Erguido.

El duque, había sido hechizado por la bruja Granuja, que no sólo lo había
transformado en algún animal del bosque, sino que además, le había quitado
la memoria.

El pajarillo Amarillo, cantaba alegremente. El pajarillo decía: “Solo el
amor de la princesa puede devolver la forma humana al duque”.
En ese momento, se presentó el jabalí Alí. El jabalí preguntó: “¿Por lo de
la princesa es aquí?”
“Si”, dijo el pajarillo” Nos han citado a todos. A propósito, ahí viene,
arrastrándose, el molusco Pardusco”.
El molusco preguntó: “He perdido mi caparazón. ¿No lo vieron?”
En ese momento, apareció volando la mariposa Golosa. “¡Socorro!”, se quejaba
la mariposa, “¡Me persigue el oso Libidinoso!”, y apareció corriendo tras
ella, el oso Libidinoso.
El oso, perseguía a la mariposa ofreciéndole una margarita y recitándole un
poema que decía: “¡Sublime éxtasis de amor, mariposa, que acelera mis
latidos, vayamos, vayamos, vayamos, vayamos, vayamos pronto!”.
El molusco se interpuso. El oso bramó: “¿Y tú que quieres, despreciable
molusco?”
“¿No vio mi caparazón?”
El instante fue aprovechado por la mariposa Golosa, que se escondió ayudada
por el pajarillo Amarillo.

Hacía ya tres lunas que la bruja había hechizado al duque. La hermosa
princesa Teresa deambulaba en su búsqueda, lamentándose de su suerte. La
acompañaban en silencio sus fieles gansos Mansos.

El pajarillo anunció: “¡Ya llega la princesa! ¡Que triste está!”, y apareció
la princesa.
Entonces, apareció la bruja Granuja. La bruja se burlaba: “¡Nunca sabrás en
que animal he convertido al duque! ¡Ni siquiera él recuerda nada, ja ja ja!”

La princesa clamaba: “¿Dónde estás, Sigfrido, Sigfrido? ¿Qué clase de animal
eres?”

Los gansos consolaban a la princesa: “¡Tranquilízate!”, dijo el gansito
pequeño, “Ten calma”, agregó la gansa robusta, “Todo irá bien”, dijo el
ganso viejo.
“¿No vio mi caparazón?”

De pronto, la gansa robusta lanzó un grito de indignación, le dio una
tremenda bofetada a un cuarto ganso enorme que estaba a su lado y salió
corriendo. El ganso enorme no era otro que... ¡el oso libidinoso
disfrazado!, que corría a la gansa ofreciéndole una margarita al grito de
“¡Sublime éxtasis de amor, gansita, vayamos, vayamos pronto!”
Los gansos fueron en ayuda de la gansa robusta, y la princesa se quedó sola.
“No debo flaquear”, díjose la princesa, “no debo flaquear, debo encontrar al
duque”, pero en ese momento, se hicieron oír los bajos instintos de la
princesa: “Olvida al duque. Recuerda los abrazos de aquel fornido
palafrenero de palacio”. “Pero debo cumplir con mi deber”. “¿Y si algo falla
y el hechizo de rompe sólo a medias? El duque podría quedar medio animal...”
“Bueno, en eso es igual el palafrenero...”

Mientras esto sucedía en el bosque, veamos que pasaba en una pacífica granja
cercana.
El granjero, silbando distraídamente, ordeñaba a la vaca Resaca. La vaca
rumiaba sus pensamientos... y otras flores que había comido esa mañana.
“¡Que extraño!”, pensaba la vaca Resaca, “es la primera vez que me ordeña de
tarde...” y miró al granjero. Resaca lanzó un mugido y salió corriendo. El
granjero no era otro que... ¡el oso Libidinoso disfrazado!, quien comenzó a
perseguirla ofreciéndole una margarita al grito de “¡Sublime éxtasis de
amor, vaquita, vayamos, vayamos pronto!”.

En el bosque, la princesa, ayudada por los gansos Mansos, se había
interrogado a casi todos los animales, pero no había logrado averiguar cual
de ellos era el duque. Una triste desazón invadió a la princesa.

De pronto, los gansos, viendo llegar al pajarillo y a la mariposa, bramaron:
“Ustedes dos, ¿qué hacían la noche en que el duque fue hechizado?”. “Nada,
nada”. “¡Confiesen!”, (marcha nupcial)“y bien, si, pero nos vamos a casar”.
Un fracaso más. Otra triste desazón invadió a la princesa.

Teresa, alzó sus bellos ojos, como implorando ayuda a los que la rodeaban.
Hasta que su mirada se cruzó con la del jabalí Alí. “¡Miren!, ¡Si, si, no
hay duda!”, dijo la princesa, “¡el jabalí tiene la misma mirada que el
duque!”. El jabalí, con sombría voz declaró: “Es que yo no soy un jabalí”.
“¡Oh!”. “¡Yo soy... ¡”. “¡Él es... !”. “Un duque hechizado”. “¡El duque
Sigfrido!”. “No, el duque de Mantua”. “¿Y que haces aquí?”, preguntó
sorprendida la princesa. “¡Me echaron de Rigoletto!”. La última posibilidad
había fracasado. Otra triste desazón más invadió a la princesa.

De pronto, de la espesura surgió el oso Libidinoso y exclamó: “¡Aguarde! ¡Al
ver a Teresa recuperé la memoria! ¡Ahora entiendo la causa de mi vergonzoso
desenfreno! ¡He sido víctima de un hechizo cruel! ¡Gracias, amor mío, por
venir a salvarme! ¡Yo soy el duque Sigfrido!”. Dicho esto, el oso arrancó
una margarita, y viendo la alegría en el rostro de la princesa Teresa, se
dirigió a su encuentro triunfalmente. El oso le ofreció la margarita a la
princesa, pero en ese momento, la bruja Granuja se interpuso, y con aire
trágico gritó: “¡Tú no eres el duque, farsante! No puedo soportar este
atropello. ¡Yo no sirvo para bruja! Lo hago para complacer a mi familia. El
duque Sigfrido es el molusco”, y la bruja se fue llorando, mientras el oso,
conmovido, corría tras ella, ofreciéndole la margarita.
Todos felicitaron al molusco, quien avanzó hacia la princesa lentamente,
como un duque. Mientras el molusco agradecía los aplausos, Teresa lo tomó
con amor, y lo depositó suavemente sobre la palma de su mano. Y ante el
asombro y el esfuerzo de Teresa, el molusco se fue transformando en un joven
esbelto y hermoso: El duque Sigfrido.

Allí están Sigfrido y Teresa, con los corazones entrelazados, mirándose a
las manos y con los ojos latiendo al unísono. Y ya inician su triunfal
regreso al palacio. Los animales los escoltan en eufórico cortejo.

Todos bailan alegremente. Y allá van, encabezando el cortejo, el duque, la
princesa, y su flamante dama de compañía que no es otra que... disfrazado,
el oso Libidinoso.


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